Catalán

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Mis primeros siete años de vida fueron muy extraños sí así se quiere ver. Nunca fui a un colegio
como todos los niños de mi edad. María era mi maestra en las artes necrománticas, y mamá con su
inteligencia me enseñaba todo lo que ella como humana había aprendido. La gente del clan a veces
se me acercaba, pero eran recelosos conmigo. Las mañanas todo era callado en casa, todos dormían,
incluso mi madre. Yo iba y venía haciéndome mil preguntas y platicando con las palomas que vivían
en el cuarto de azotea de la casa. Amaba a esas aves, sé que muchos las odian y yo por eso las
cuidaba. Un día ví como unos niños atraparon una y la torturarón cruelmente y al final la hicieron
estallar con un petardo. Ese día descubrí un extraño don. Fui capaz de transparentarme y enfrentar
a esos niños sujetándolos con todas mis fuerzas para que sintieran que se sentía estar al borde
de la muerte. Mi otro yo, me hizo soltarlos y sonreí con malicia al verlos huir.
Esas mañanas en mi desayuno no había leche caliente, ni cereal, ni jugo. Mamá se olvidaba que yo
tenía más de humano que de ser infernal, y siempre me dejaba los restos de su cena. ¡Pobre de mamá!
se estaba volviéndo un ser decadente. Sin ningún cuidado en esas mañanas, a veces salía a la calle
a procurarme mis propios alimentos. En esta ciudad de Kaos y perdición, además de negocios establecidos
abundan puestos ambulantes, merólicos, mercanchifles de lo más extraño. Eran mares de gente, sin
embargo y en un no sé por qué, me respetaban, aunque fuera así de pequeña.

En una vecindad cercana conocí a quien cuidaría de mi por las mañanas, sin condiciones ni maldad, fue
él quien en los fríos inviernos me enseño a cantar para aullentar al hada del hielo. Sí, estimado lector
supongo que me dirá que las hadas no existen, pero en todo caso tampoco los vampiros, pero dígame usted
sino es mejor que pensar que la fantasía puede coexistir con esta cruda realidad.

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Pues bien, mi protector se llamaba Catalán.

Catalán confesionó una persiana con varas de bambú. Las entretejió con hilo cáñamo, y las colocó en su ventana.
Por las tardes, las rendijillas dejaban entrar al Sol en pedacitos de líneas que caían sobre Catalán como pequeñas
caricias. Catalán a veces no tenía ni para comer, pero él no dejaba que esto le afectara. Solía contarme historias,
donde él siempre era protagonista; y a diario me dibujaba una pequeña acuarela de mis ojos, reflejados en sus ojos.
Me enseñó a saber el lenguaje del movimiento de los peces en su pecera. “Ellos te dicen secretos, sí los sabes
escuchar”, me decía.
Según Catalán, él era un descendiente de Lemuria, la ciudad antigua, del continente perdido de Mu.
Confieso que a veces dudaba yo de su cordura y se lo hacía saber, él me miraba intensamente,
serio muy serio y luego soltaba una estruendosa carcajada y me estrujaba hacia él, haciéndome reír como una loca.
Me cuidaba mucho, me dijo un día que no iba a permitir nunca que nadie vivo o muerto me hiciera daño, que nadie
se atreviera; porque él, donde estuviera, vivo o muerto sabría defenderme. Cuando él me decía esto lo decía con
lágrimas en los ojos, apretando los dientes furiosamente, y yo me acurrucaba en sus brazos pronunciando suavemente
su nombre: “Catalán, Catalán…..”
Yo tenía ocho años, y mi madre dormía por las mañanas;así es que siempre que podía iba con Catalán, él era como
mi padre… me enseñó a leer y a dibujar y demás dones que ahora sólo sé que me sirven para sobrevivir en esta soledad.
“¿Por qué te llamas Catalán?”. Así lo decidió mi madre, aún antes de que yo naciera.
Siempre que recordaba a su madre cambiaba su expresión e instintivamente volvía la mirada a una fotografía de ella
que colgaba de la pared. Sabía yo que ella estaba desde hacia mucho tiempo muerta, Catalán siempre me decía
como había sido su muerte; pero no sé sí mis pocos años, o travesuras de la mente, que ahora no puedo recordar nada
de esos detalles. Solo recuerdo las lágrimas de Catalán cuando la miraba.
Catalán trabajaba en una iglesia, algo así como acólito, se que ganaba poco y que ese cuarto donde vivía
se lo prestaba el mismo parroco, a condición de que terminara sus estudios en Bellas Artes.
“¿Por qué le dices tío al padrecito?”. Es mi tío, hermano mayor de mi madre. El me trajo desde España,
cuando mamá murió….
Sus historias para que negarlo, me confundían; ya que algunas veces él era lemúr, otras tantas él era catalán
en el sentido gentilicio de la palabra, no lo sé…Catalán se llevó sus secretos y sus verdades a los veintitrés años,
en el incendio que acabó con la Iglesia de Santa María Isabel. Tenía yo diez años y aún recuerdo los restos
carbonizados y ese olor pegajoso que da la muerte y la carne quemada. ¡Catalán¡, sí yo pudiera regresar a ese momento a que ese maldito día de noviembre, en que festejaban a la santa¡¡¡¡ malditos todos¡¡¡ malditos sean con sus estúpidas veladoras, con sus estúpidos santos¡¡ Te haría regresar mi amado Catalán.
Ahora nadie me protege, y nadie hace acuarelas de mis ojos.

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